La primera vez que Antonino vio la Basílica de San Pedro con
sus propios ojos supo que Dios existía. El cielo se había mantenido gris
durante todo el trayecto pero, cuando el coche cruzó las fronteras del
territorio benedictino, el sol surgió de entre las nubes y una luz divina
iluminó la casa del santo padre. De pie, mirando a través de la única ventana
que había en su celda, Antonino se avergonzaba de lo ingenuo que había sido en
aquellos tiempos. Hasta el punto de pensar que, cuando se viera embriagado por
aquella luz divina, su boca se movería sola y le obligaría a revelar todos sus
secretos. Grande fue su sorpresa cuando vio que nada de aquello ocurría, casi
tan grande como la sorpresa que se llevó el día que se marchó de casa.
Desde pequeños, a los niños y niñas de su pueblo los educaban
en el amor hacia todas las cosas porque todo en el mundo era creación de Dios.
Los árboles, los insectos, las piedras, los seres humanos e, incluso, la
muerte. Todo lo que hay en el mundo es creación divina y es deber del ser
humano amar y respetar a todas y cada una de ellas. Por eso Antonino no
entendió porque su padre le obligó a guardar todo ese amor en secreto. Si
Jesucristo fue todo amor, ¿por qué no podía serlo también Antonino? Poco tiempo
hizo falta para que entendiera la razón.
Durante mucho tiempo, Antonino pensó que el chantaje al que
se veía sometido no era otra cosa que el castigo divino a su amor prohibido.
Mientras llenaba de vino las copas de cristal que había sobre la mesa, su cara
se llenó de alegría al recordar los buenos momentos que pasó junto al hermano
Julián, que siempre tenía las manos frías. Después, su rostro se contrajo de
dolor con el recuerdo del sabor amargo de la traición.
Los golpes en la puerta le sacaron de sus pensamientos.
“Pasa, está abierta” dijo Antonino y una mano enguantada de color morado asomó
por la puerta. Antonino esperó hasta que su visitante estuvo sentado para
ofrecerle una de las copas de vino que había en la mesa. El ahora cardenal
Julián se quitó los guantes morados y bebió la copa de un solo trago. Antonino
rodeó la mesa lentamente y, acercándose a su anteriormente amante y amigo, le
susurró al oído las mismas palabras que Julián le dijo el día en el que éste
plantó la semilla de la traición.
– ¿Sabes lo mejor de un buen vino? Que su sabor es tan
intenso que uno nunca sabe cuántos secretos esconde dentro.
Muy bien escrito !!
ResponderEliminarEn una breve pincelada describes una historia de amor, ambición y traición.
Siempre me quedo con ganas de más.
Animo !!
Me alegro mucho de que te haya gustado!!!!!! Tengo que confesarte que me costó mucho narrar todas esas historias en, como dices, "una breve pincelada". Soy una de esas personas que, una vez empiezan a escribir, no pueden parar y entonces les cuesta mas concretar que seguir escribiendo. Muchísimas gracias por tu eterna fidelidad y por tus comentarios!!!! Siempre consiguen darme ánimos para seguir escribiendo!!!! Hasta la próxima publicación!!!!
EliminarMe encanta como escribes, y los relatos que he leído son muy buenos. Seguiré atento a lo que escribas.
ResponderEliminarUn saludo
Muchísimas gracias amigo Anónimo!!!!!! Espero que los futuros relatos que todavía están por salir a la luz te gusten de la misma manera que te han gustado los ya publicados.
EliminarUn abrazo
Muy bonito y con mucho mensaje.
ResponderEliminarValiente!!
Estoy impresionada.... No se que decirte .... solo que me quito el sombrero!!!!
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