viernes, 10 de mayo de 2013

DESTRUYENDO UNA ILUSIÓN


DESTRUYENDO UNA ILUSIÓN

Los padres de Gugu habían decidido llevar al niño al puerto para que pudiera ver los barcos que habían atracado allí ese día. Cuando se lo dijeron a Gugu, el pequeño se vio embargado por la ilusión. Por fin iba a tener la posibilidad de ver todos aquellos enormes barcos que habían poblado sus sueños durante tantas noches. Gugu deseaba con todas sus fuerzas llegar hasta el puerto y correr para situarse frente a aquellas bestias de madera y hierro que durante siglos habían desafiado al poder de los océanos. Ansiaba ver los cientos de cañones, las enormes velas y los robustos cascos de barcos como el Bucentauro, el Intrépide o, su favorito, el Santísima Trinidad. No en vano, su padre, Miguel, tenía por costumbre contarle sucesos importantes de la Historia como si fueron cuentos para dormir. Marta, su madre, no entendía esta obsesión de Miguel y pensaba que todo aquello era una absoluta pérdida de tiempo y una tortura para Gugu. ¡Para ella la Historia era tan aburrida! Pero Miguel sabía que conocer los entresijos de la Historia es lo mismo que conocer los secretos de la vida.

Para Gugu todo aquello carecía de importancia. A él le daba igual si la Historia le serviría para el futuro o no. A él lo único que le importaba era que el cuento de esa noche fuera divertido y el de la noche anterior lo había sido. Por suerte para Gugu, el aburridísimo cuento de una semana de duración sobre el crack del 29 había terminado hacía tan sólo dos días y había comenzado un relato mucho más emocionante: la batalla de Trafalgar. Consciente de la pasión de Gugu por los barcos y las batallas navales, Miguel se recreó en la narración aportando todo tipo de detalles a la misma. De esta manera, a pesar de que ya llevaban dos noches con la narración de la batalla de Trafalgar, ésta todavía no había dado comienzo. Al contrario de lo que ocurría con el resto de sus amigos, Gugu disfrutaba escuchando a su padre contarle cómo los marineros revisaban las jarcias, limpiaban los cañones y reforzaban las partes más débiles del casco. El pequeño muchacho absorbía con ansiedad todos los pequeños detalles que su padre le iba dando y los recreaba en su mente. De esa manera, Gugu se imaginaba a los marineros novatos vomitando por la borda a consecuencia del eterno vaivén del barco mientras los compañeros más veteranos se reían de ellos sin ningún tipo de piedad, entre los cuales, también se encontraban niños. Éstos, a pesar de tener la misma edad que Gugu, poseían la misma experiencia que el más veterano de los marineros. “No podía ser de otra manera”, le dijo su padre, muchos de aquellos niños habían sido concebidos, gestados y paridos en los mismos barcos en los que servían. Sus compañeros más adultos los llamaban salmonetes por su pequeño tamaño y por su naturalidad para moverse por aquellos navíos llenos de todo tipo de obstáculos similar a la facilidad con la que el pequeño pez se mueve entre las rocas del fondo marino. Al principio, la marina oficial no quería que se usaran salmonetes en los barcos de la armada, pero pronto cambiaron de opinión y, entonces, ya no había barco que se preciase que no tuviera, al menos, tres o cuatro salmonetes entre su tripulación.”

Gugu se imaginaba a sí mismo como uno de aquellos salmonetes presentes entre la tripulación del Santísima Trinidad, el barco más grande de su época con sus cuatro puentes de altura y sus 136 cañones, ampliados a 140 con posterioridad. Se imaginaba navegando en el interior de aquella enorme bestia, conocida en su tiempo como El Escorial de los mares, seguro de la invulnerabilidad del navío que los transportaba pero maldiciendo la estupidez del almirantazgo francés. Gugu sentía su corazón acelerándose mientras su padre le relataba cómo el petulante almirante francés Villeneuve hacía caso omiso de los consejos del experimentado almirante español Gravina y mandaba a la flota aliada que abandonara su base en el puerto y se enfrentara a los ingleses en alta mar. El odio de Gugu contra el histórico almirante francés era enorme y casi sentía como propia la pesadumbre de las personas que padecieron sus decisiones en sus propias carnes. Aun así, el pequeño muchacho pensaba que los tripulantes del Santísima Trinidad saldrían indemnes de cualquier situación, por muy complicada que fuera. No en vano, aquel barco era el más poderoso de su época y contaba con los mejores marineros de su generación. Así pues, cuando Gugu se imaginaba a bordo del Santísima Trinidad, lo hacía lleno de ilusión y confianza a pesar de la inminente batalla. Soñaba con el momento en el que el caos de la batalla diera comienza y él tuviera que correr entre las astillas que volaban por los aires a consecuencia de los impactos recibidos para ayudar a sus compañeros en la lucha contra el enemigo inglés. Se imaginaba transportando la pólvora y ayudando a introducirla en el cañón e, incluso, quién sabe, pero podría ser que llegado el momento a sus compañeros de tripulación no les importase dejarle disparar el cañón a él, sobretodo, si éstos se encontraban heridos o muertos. Imaginando la inminente batalla, Gugu se durmió sin que el relato de su padre diera comienzo a la misma. Así que cuando Miguel le dijo a la mañana siguiente que irían al puerto a ver los barcos, el entusiasmo de Gugu se disparó por las nubes, puesto que, cuando aquella noche su padre retomara el relato de la batalla de Trafalgar, él podría recrear los navíos con todo lujo de detalles.

La mañana en el colegio se le hizo eterna al pequeño chiquillo. Durante las clases no podía dejar de pensar en todos los enormes barcos que iba a ver cuando fuera al puerto con sus padres. Cuando salió al recreo, no podía dejar de hablar de otra cosa. Hasta sus mejores amigos, Raúl y Datán, optaron por dejarle de lado aquel día ante la tremenda insistencia de Gugu por los barcos. Cuando llegó la hora de comer, no pudo probar bocado por la tremenda emoción que sentía en su cuerpo. Por mucho que los encargados del comedor del colegio lo intentaron, fueron incapaces de conseguirlo. Ni siquiera lo consiguieron cuando le castigaron a permanecer allí sentado hasta que se lo hubiera comido todo. El entusiasmo y la ilusión que el niño sentía le daban alas y energías para continuar adelante a pesar de todas las privacidades. Cuando Marta y Miguel recogieron al muchacho a la puerta del colegio, éste estaba hecho un amasijo de nervios. Gugu se acercaba a todas las personas que veía, las conociera o no, para decirles que aquella tarde iba a ir al puerto a ver los barcos y convertirse en salmonete. Las personas que eran abordadas por el entusiasta muchacho no podían evitar extrañarse, sobretodo, cuando escuchaban su ilusión ante la posibilidad de convertirse en un pez.

Durante el trayecto en coche, la ansiedad de Gugu fue en aumento. Cualquier intento de Miguel por darle la merienda fue tan infructuoso como los intentos de Marta por hablar de algo que no fueran barcos. La ilusión del pequeño ya no tenía límites. Su deseo estaba absolutamente desatado. Sólo unos pocos minutos le separaban de encontrarse cara a cara con los navíos que habían protagonizado los sueños de sus dos últimos días. Cuando Marta terminó la maniobra para aparcar el coche, Gugu abrió la puerta y salió corriendo en dirección a sus sueños. El característico sonido del freno de mano había servido como pistoletazo de salida para aquel que estaba a punto de convertirse en salmonete.

Gugu corrió a lo largo de todo el puerto buscando con ojos ansiosos cualquier vestigio de carracas, galeras y galeones pero lo único que encontró fueron botes, lanchas y pequeños buques de pasajeros. Gugu también podía ver algún que otro barco de mayor tamaño pero todos ellos eran completamente metálicos. Además, en contra de las formas panzudas de los galeones que participaron en la batalla de Trafalgar, éstos barcos metálicos tenían formas picudas que se antojaban horribles a los ojos del pequeño muchacho. Aquellos mismos ojos siguieron buscando a la desesperada con la esperanza de que, de repente, el Santísima Trinidad surgiese por el horizonte liderando toda una flota de guerra. Pero no fue así.

La desilusión embargó al pequeño muchacho lentamente pero con firmeza. Poco a poco, toda aquella emoción que había ido aumentando a lo largo del día, se cristalizó en lágrimas y Gugu comenzó a llorar. Cuando Miguel y Marta por fin consiguieron darle alcance, el niño lloraba desconsolado mientras se tapaba la cara con las manos. Vanos fueron todos los intentos de los padres por tratar de calmar al hijo. De nada sirvió que Miguel tratara de hacerle ver la belleza que aquellos barcos también tenían. El mismo resultado obtuvo cuando trató de hacerle evidente la presencia de un par de veleros en el puerto que Gugu, en su desesperación, había obviado.

Pero el niño ya no quería tener nada que ver con barcos. Aunque en aquel momento se hubiera presentado el mismísimo almirante Cisneros en persona a bordo de su amado Santísima Trinidad, nada hubiera cambiado. Gugu le habría dicho que llegaba tarde y que ya podía irse a quitarse los juanetes con los 140 cañones de su barco. Miguel y Marta se rindieron ante la evidente desilusión de Gugu y decidieron poner fin al dolor del niño marchándose a casa.

Aquella noche, a pesar de que Gugu le había dicho que ya no quería saber nada más de barcos y batallas en el agua, Miguel dio comienzo a la batalla de Trafalgar en el cuarto del niño. El ingenuo padre tenía la esperanza de que Gugu recobrara la ilusión cuando el pequeño muchacho comenzara a escuchar el relato de la batalla, pero aquello ya era imposible. Gugu  no podía dejar de imaginarse al almirante Villeneuve en un desvencijado bote de remos dando órdenes a un Gravina que daba vueltas alrededor de él con una lancha motora. Cisneros cortaba por el horizonte el sol a bordo de un barco metálico que tenía el nombre de Kontiki III pintado en su casco. Con imágenes como aquellas, la batalla de Trafalgar perdió para Gugu toda su espectacularidad e importancia.

3 comentarios:

  1. Muy bien escrito!!
    Que tierno relato !!
    Maravillosa la inocencia y la facilidad de ilusionarse de los niños que se palpa con mucho realismo en el relato.
    Me quedo con las ganas de saber si Gugu recobra su pasión por los barcos y las historias que le cuenta su padre.
    A por la segunda parte !!

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  2. Me alegro de saber que te ha gustado y te aseguro que las aventuras del pequeño Gugu no terminarán aquí. Es un personaje al que le tengo muchísimo cariño!!!
    Nos vemos pronto!!!

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  3. Me parce un verdadero acierto que hayas adoptado como protagonista de tus historias a Gugu. Puedes conseguir que la espectación y la curiosidad de tus lectores por las aventuras de Gugu se despierten.
    El relato me ha gustado porque además de estar bien escrito, destila ternura, la que tu llevas dentro...
    Enhorabuena !

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